El 7 de junio pasado la Denominación de Origen Calificada (DOCa) Rioja dio un giro en sus políticas y el primer paso, aún tímido, hacia lo que puede llegar a ser un cambio radical en la más tradicional de las regiones vinícolas españolas: autorizó a los productores a que impriman en las etiquetas del vino, junto a las siglas de la denominación, el nombre del viñedo cuando éste es la única fuente de su materia prima (viñedo singular).
En años recientes se intensificó el reclamo –sobre todo de parte de las bodegas de Rioja Alavesa- para que el Consejo Regulador autorice la inscripción de la subregión de origen, algo a lo que éste se negó en varias ocasiones. Rioja se compone de tres subregiones: Álava, Alta y Baja. Hasta ahora las empresas solo podían incluir en el etiquetado la mención de Rioja y sus clasificaciones de Cosecha, Crianza, Reserva y Gran Reserva.
Pero a mediados de 2015 estalló la rebelión. La precipitó Juan Carlos de Lacalle cuando retiró a su bodega Artadi de la DOCa. Su gesto encontró apoyo, proclamado o tácito, en integrantes de la Asociación de Bodegas de Rioja Alavesa (ABRA), que integran 114 vinícolas de entre las 600 localizadas en Álava. ABRA propuso entonces la creación de una Indicación Geográfica Protegida (IGP) Vinos de Álava y su propuesta fue respaldada por el gobierno de Euskadi (País Vasco), autonomía de la que forma parte esa subregión de Rioja.
Simultáneamente, desde fines del mismo año, la DOCa anunció su voluntad de llevar a cabo reformas destinadas a dar satisfacción a los reclamos.
Aunque la polémica adopte tintes nacionalistas, las razones son más crasamente económicas. Rioja Alavesa representó en 2016 el 74 por ciento de los ingresos totales de Rioja y alcanzó máximos históricos, con casi 60 millones de litros y ventas por más de 210 millones de euros. No es poca cosa para Euzkadi y tampoco para Rioja. La semana pasada se dio el primer paso hacia las reformas, aunque todavía parcialmente. Si bien la autorización para que figure el viñedo en la etiqueta es un paso importante, aún más en sintonía con Álava sería añadir las menciones a las subzonas o municipios de donde proviene el vino.
La mención del viñedo subrayará un carácter específico respecto al entorno, como sucede actualmente en la clasificación de los Grands Crus de Borgoña. La mención de una subzona o municipio podría asemejarse en cambio a los Premiers Crus, articulados con los pueblos. Pero en Borgoña esas clasificaciones tienen siglos: remiten a la división de la tierra que comenzó en el siglo 18, luego que la revolución francesa expropiara al clero. En Rioja es un tema de fines del siglo 20.
Si bien el viento a favor de las reformas viene de Álava, también lo hay en contra por parte de asociaciones de productores como Asaja (Asociación agraria de jóvenes aricultores) y cooperativas, reporta el periódico Noticias de Álava. Actualmente los vinos de Álava se venden a un precio promedio más alto que los del resto de Rioja, pero mientras la comarca no aparezca en la etiqueta, la relación entre precio y procedencia se diluye.
Es probablemente la razón por la cual el tema de los vinos de subzona y de municipio quedó pendiente para más adelante. Inés Baigorri, gerente de la Asociación de Bodegas de Rioja Alavesa (ABRA) señaló que “Aparecían en el orden del día de la reunión y confiábamos en que se fueran a tratar en el encuentro, ya que solo se incluyen en la agenda los asuntos que van a votación”. Pero no fue así.
Lo que sí se trató (y aprobó) fue la autorización para elaborar espumosos blancos y rosados con la denominación Rioja. Anteriormente podían producirse en la región pero como Cavas, y en bodegas diferentes a las de vinos tranquilos. Ahora podrán tener la denominación y compartir el mismo sitio.
La nueva regulación pone parámetros estrictos a los vinos de viñedo singular. Para que conste en la etiqueta la bodega deberá justificar su delimitación, ostentar su propiedad durante más de 35 años y tener rendimientos 20 por ciento o más por debajo de los autorizados para el conjunto de la DOCa. También exige vendimia manual, trazabilidad y doble evaluación cualitativa, incluida cata previa a la salida al mercado con nota excelente.
Los espumosos serán obtenidos mediante el método tradicional (champenois), la graduación estará en un rango de 11 a 13 grados y serán sometidos a una doble evaluación cualitativa, la de laboratorio y la organoléptica previa a su liberación. Permanecerán 15 meses en botella tras la segunda fermentación y hasta 36 meses en los de más alta gama.
Con estos pasos el Consejo Regulador toma al toro por las astas: se acomoda a las nuevas exigencias de los consumidores y pone una barrera a lo que podría significar la prolongación innecesaria del conflicto. Lo que hará de Rioja, seguramente, una denominación aún más poderosa.