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Raquel del Castillo

HASTA NUEVO AVISO

Después de tres meses en confinamiento construí un Cocoon, ¿qué tanto me puede gustar salir a la nueva normalidad? Levantarme con prisa, sufrir el tráfico, lidiar con gente que no me cae bien dentro de mi espacio godín o en la calle, comer en tupper, porque admitámoslo, no diario se va a los restaurantes. Cuando imagino el regreso tras la pandemia, me suena a ciencia ficción. No me extrañaría que en algún momento del futuro darse un abrazo sea tan asqueroso como lo anunció Aldous Huxley, espero que no.

Dicen que nada será igual, y aceptémoslo, no sabemos a qué nos enfrentamos fuera de casa. Aún con el semáforo en verde estaremos bajo ensayo de prueba y error porque la COVID llegó para quedarse. La manera de cocinar o comer dentro de un restaurante tendrá algunos cambios, unos más drásticos que otros, aunque ya contábamos con el Distintivo H, pero dadas las circunstancias no cubre toda la problemática. 

Lo que menos me preocupa es el tapete con cloro, frotar mis manos con alcohol en la entrada, el menú en papel o código QR; lo que me inquieta es la famosa sana distancia. En el mundo de la hospitalidad, es raro esto de la separación, resulta frío, es todo lo contrario al servicio que nos invita a la calidez y al apapacho. Por años nos dijeron que nos “sintiéramos como en casa”, sospecho que me sentiré más en un hospital con sanitizante por todos lados, cubiertos recién desempacados y aire ozonizado. 

Lo que me gusta de un restaurante es el murmullo del salón sin perder la intimidad; el clac clac de los cubiertos y de las copas, las risas fundidas en la música ambiental son parte del querer salir a comer fuera de casa. En esta nueva etapa habrá mucho espacio entre mesas,un eco doloroso en la sala en donde cualquier movimiento no pasará de inadvertido. Tener la confianza de compartir un plato la pensaremos dos veces, así como el beber del mismo vaso para probar el cóctel de nuestro acompañante, no son ustedes, son las circunstancias. Ya no veremos novios besándose en la mesa o velas de pastel apagándose después de pedir un deseo. 

Sin duda la hospitalidad será diferente, ¿Nos acostumbraremos a todo esto?, con el paso del tiempo puede que sí, ¿Qué tanto tendremos estos protocolos en los restaurantes?, nadie sabe con seguridad. Aunque son males necesarios, espero que no sea tan lejano el momento de tener una salsa y totopos en la mesa para picar mientras llega la comida, compartir los postres y decidir entre todos quién eligió el mejor o bien, chocar las copas para decir salud una y otra vez hasta llegar a las gotas de felicidad. Por que el ir a un restaurante trata de eso, de estar cómodo y sentirse cercano de las personas que nos acompañan y que nos esperan en estos lugares que para muchos de nosotros son extensiones de casa. 

Mejor conocida como Raquel Pastel, escribe sobre gastronomía y cultura desde hace 13 años. Estudió casi al mismo tiempo comunicación y artes culinarias, y con lo que le quedaba de tiempo ejerció habilidades en el área de pastelería de algunos restaurantes, lo cual dio origen a su nom de guerre. Hizo sus pininos en las revista Paso de Gato y Gastronómica de México y ha colaborado en Forbes México, Milenio, Sol de México, Vice, Chilango, Deep, Playboy, Open, Voices of Mexico y Vocero. Publicó recetarios con Editorial Unidos Mexicanos, fue la editora durante dos años de la revista Gourmet de México y produjo el documental Cocinas de México. Actualmente es editora independiente en historiasdecomal.com, imparte talleres y es habitual verla y oírla en conferencias y simposios sobre periodismo gastronómico. 

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